La intrusa by Júlia Lopes de Almeida

La intrusa by Júlia Lopes de Almeida

autor:Júlia Lopes de Almeida [Lopes de Almeida, Júlia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1905-01-01T00:00:00+00:00


C A P Í T U L O 12

Bien dicen los novelistas que las novelas se desarrollan solas. Creado el personaje y puesto en el medio en el que tendrá que actuar, caminará por su propio pie hasta el punto final del último capítulo.

»Sucede así que el autor a veces experimenta verdaderas sorpresas, ¡como si todos los actos de sus héroes no fueran obra suya! Concebida la idea fundamental del libro, se ha creado el aliento de vida que lo animará. ¡Toda la dificultad se halla en el primer impulso! Siempre recordaré una noche en la que encontré a Tadeu, pálido, paseando agitadísimo por el despacho, verdaderamente furioso.

»—¿Qué te pasa? —le pregunté desde la puerta, asustado.

»Volvió hacia mí sus ojos desorbitados y dijo con una sinceridad conmovedora:

»—Resulta que el canalla de Blas se ha enamorado de tal manera de Delfina que no sé cómo voy a casarlo con Lucinda —respondió, apuntando con dedo colérico las hojas esparcidas de su novela, desordenadas por un viento de insumisión.

»El caso era grave. Entré, me senté y me quedé callado, testigo del duelo fantástico de un novelista con su personaje en rebelión.

»Al cabo aventuré tímidamente, queriendo dar valor a aquella aflicción:

»—¡Qué diablos! ¿Por qué no casas a la tal Lucinda con otro?

»—¿Con otro? ¡Estás loco! Lucinda adora a Blas y en ningún caso puede casarse con otro. ¡Sería un desastre! Con Blas es con quien debe casarse, ¡lo quiera él o no!

»La desesperación del novelista era tan evidente y profunda que no me reí. Desde entonces estoy convencido de que la ficción, al igual que la realidad, obedece a leyes de lo imprevisto y de la fatalidad. Después leí la novela… Blas no se casó con Lucinda. ¡Porque no quiso, está claro!

Adolfo, tras pronunciar estas palabras, soltó una bocanada de humo, se arrellanó aún más en la amplia butaca de Argemiro y suspiró:

—¡Qué bien se está aquí!

—¿Verdad? Pues esa butaca tan cómoda ¡estaba guardada en el cuarto de los trastos por inservible! Ha sido ella quien la sacó de allí, la mandó al tapicero y la ha puesto aquí. ¡Y que luchen contra una mujer que me presta tales servicios!

—Déjalos luchar… En la vida, como en los folletines, las novelas se desarrollan solas… ¡Mira cómo han acabado los esfuerzos y manejos de la de Pedrosa! Me sorprendió tanto lo que me dijiste de su hija que casi estoy enamorado de ella… ¡Palabra! Nunca supuse que fuera capaz de una escena tan fina. Parece de Tadeu.

—¡Y estaba muy bella!

—Aún mejor… —Y después de una pausa—: ¿Es guapa tu gobernanta? Me dijo la de Pedrosa que no. Conque deduzco que sí.

—No lo sé…

—Déjate de bobadas; dime la verdad.

—Ya te la he dicho.

—¿Y extiende ese mismo rigor hasta tus amigos?

—Eso parece. A no ser por Assunção…

—Tendría gracia que nuestro Assunção arrojase la sotana a las ortigas por amor a tu…

—¡Cállate, impío!

—¡Ya me callo! Pero es cada vez más adorable, Assunção. Para mí que tiene ahí dentro algo oculto, una obra de brujería, que ni mi sagacidad ni acaso tu intimidad logran adivinar… ¿No te parece?

—No.



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